El 20 de octubre de 2025, millones de usuarios en todo el mundo se quedaron sin acceso a servicios esenciales. No fue un ciberataque ni un corte eléctrico masivo: fue un problema técnico en AWS (Amazon Web Services), la infraestructura cloud de Amazon. Y en cuestión de horas, se hizo evidente lo frágil que es nuestro ecosistema digital.
Amanecimos en Europa con medio Internet en silencio. Snapchat, Fortnite, Duolingo, Signal, bancos británicos y hasta sistemas gubernamentales quedaron fuera de servicio durante horas. Un nuevo fallo en Amazon Web Services (AWS), la plataforma en la nube más usada del planeta.
La incidencia se originó en la región US-EAST-1, en Virginia (EE. UU.), pero su efecto fue global: miles de empresas que ni siquiera operan allí sufrieron interrupciones. Una simple avería bastó para recordarnos algo que tendemos a olvidar: Internet no es tan descentralizado como creemos.
Un mundo sostenido por tres nubes
El incidente afectó a servicios que usamos a diario sin darnos cuenta: desde plataformas de streaming hasta herramientas empresariales críticas. Lo preocupante no es que AWS tenga problemas técnicos —la tecnología falla, es inevitable— sino que una única empresa tenga tanto poder sobre la infraestructura global de internet.
Según datos recientes, AWS controla aproximadamente el 32% del mercado cloud mundial, Microsoft Azure tiene un 23% y Google Cloud un 11%. Entre las tres compañías suman más del 65% del mercado. Es un oligopolio que convierte cada fallo técnico en un evento de escala global.
Lo que revela cada caída
Cada apagón — ya sea en AWS, en Azure o en los servicios de Google — funciona como un espejo. Nos muestra hasta qué punto nuestra economía y nuestra vida digital dependen de unos pocos actores privados, y cómo el principio fundacional de Internet (la descentralización) se ha ido diluyendo.
Cuando AWS cae, no hablamos solo de inconvenientes. Las estimaciones sitúan el coste de estas interrupciones en millones de dólares por hora para las empresas afectadas. Comercios electrónicos que no pueden procesar pagos, plataformas SaaS que dejan de funcionar, aplicaciones móviles que se quedan congeladas.
¿Qué tipo de soberanía digital nos queda?
Pero hay un coste que no aparece en las hojas de cálculo: la erosión de la confianza. Cada vez que ocurre un incidente así, empresas y usuarios se preguntan si realmente deberían tener todos los huevos en la misma cesta.
Cómo seguir el pulso de Internet
Si algo falla y quieres saber si “es cosa tuya o de medio mundo”, existen varias herramientas útiles para vigilar el estado de los principales servicios tecnológicos:
- Downdetector → Detecta caídas y saturaciones en miles de plataformas (AWS, Google, Meta, X, etc.).
- AWS Status Dashboard → Página oficial con el estado de las regiones de Amazon Web Services.
- IsTheServiceDown → Alternativa con seguimiento por país y servicio.
- Cloudflare Radar → Mide tráfico global y latencias, útil para ver si el problema afecta a toda la red.
Estas fuentes son una buena forma de entender cómo los puntos de concentración digital afectan al funcionamiento del mundo real.
No es sólo un problema técnico, es geopolítico
La concentración del mercado cloud plantea cuestiones que van más allá de lo tecnológico. Las tres grandes son empresas estadounidenses. Para Europa, América Latina y Asia, esto significa que la infraestructura crítica de sus economías digitales depende de compañías sujetas a legislación extranjera.
La Unión Europea lleva años intentando promover alternativas soberanas con iniciativas como Gaia-X, pero la realidad es que la brecha tecnológica y de escala es enorme. OVH, Scaleway y otros proveedores europeos existen, pero no tienen ni de lejos el alcance ni el catálogo de servicios de los gigantes americanos.
La conversación que necesitamos tener
Este tipo de incidentes deberían servir para hablar de soberanía tecnológica e infraestructuras digitales. No se trata de demonizar a los grandes proveedores —sin ellos, buena parte de la innovación sería inviable—, sino de cuestionar el riesgo sistémico que supone concentrar la red en tan pocas manos.
Hoy el problema está en la nube: Amazon, Microsoft y Google controlan la base sobre la que se ejecuta gran parte de Internet. Pero mañana puede ser en otros frentes: redes sociales, sistemas operativos, motores de búsqueda o inteligencia artificial.
La lección es clara: cuanta más concentración, mayor fragilidad.
Y cuando esas infraestructuras privadas fallan, no sólo se cae una empresa; se tambalea la red entera.
La próxima vez que un servicio cloud caiga —y habrá una próxima vez— la pregunta no debería ser «¿cuándo volverá?», sino «¿qué estamos haciendo para que esto no paralice todo nuestro ecosistema digital?».




